miércoles, 25 de septiembre de 2019

El Arrabal del Puente, en Salamanca.

Entre los distintos arrabales de la ciudad de Salamanca, el que hoy visitamos, el Arrabal del Puente, destaca por su antigüedad, ligada al paso de los peregrinos allá por el siglo XII.  Su entramado rural, aunque renovado y modificado con el devenir de los siglos, conserva su estructura, con cuatro calles de irregular factura y escasos ejemplos de su viejas construcciones, aunque la famosa Riada de San Policarpo, acaecida en 1626, destruyó gran parte de sus construcciones, amén de causar la muerte a muchos de sus habitantes. 


Para llegar hasta este arrabal debemos cruzar el Tormes por el viejo Puente Romano, del que le viene su nombre. Conviene detenerse en este punto y volver nuestra mirada hacia atrás. La panorámica de Salamanca quedará grabada en nuestra retina durante mucho tiempo. 
Desde aquí tomamos el viejo camino que llevaba hasta el arroyó del Zurguen, actualmente convertida en la Carretera de La Fregeneda, donde encontramos el vestigio más antiguo que conservan sus calles, la iglesia de la Santísima Trinidad, magnífico templo románico construido en el siglo XII. En 1950 fue abandonada, trasladándose el culto a la Iglesia Nueva del Arrabal, erigida hacia ese año. Sin embargo, avatares del destino, fue restaurada en 2006, con el descubrimiento de un fresco medieval incluido, y los fieles regresaron a su interior, recuperando su función, con romería, la de la Virgen de la Encarnación, incluida. La nueva iglesia, con apenas medio siglo de vida, presentaba problemas estructurales que aconsejaron su cierre. 
Caminemos ahora unos metros, de nuevo hacia el río, para conocer esta moderna iglesia, obra del arquitecto y pintor salmantino Genaro de No Soler, quien firmó las pinturas que adornan su interior. De estilo neobarroco, destacan en su arquitectura los dos campanarios, cuyo aspecto evoca a las maravillosas torres de la Catedral y de la Clerecía, visibles desde aquí. 
No muy lejos, apoyado en el cauce del río, se conservan las ruinas de un molino, uno de los muchos que existieran en los alrededores. Nos asomamos brevemente por la reja de la entrada, desde donde vemos, apoyadas en el muro, las ruedas que, antaño, sirvieran para mover el mecanismo que alojaba este edificio. Quien sabe si aún se onservarán algunos restos tras sus deterioradas paredes.
Regresamos al breve caserío del Arrabal, adentrándonos en la Plaza de Poniente, la misma que hiciera las veces de Plaza Mayor. Antaño llena de vida, poco queda hoy en día de aquel antiguo esplendor. 
Emprendemos el regreso a Salamanca, de nuevo atravesando el milenario puente romano, con la mirada sobre el hermoso conjunto que, elevado sobre el resto del casco urbano salmantino, forman las dos Catedrales. 

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